Muy cerca
de que no sucediera, muy cerca de que todo cambiara. Que todos nuestros planes, lo que teníamos en mente, lo que habíamos organizado desde hace tanto tiempo... ya no fueran así. Y de un momento a otro, valentía. Discusiones, voces quebrándose, lágrimas, rabia, dolor, decepción... toda una inmensidad de sentimientos que llevaron a una solución. Una solución, que se veía caída en la mierda. Que no era lógica, no era la mejor. Y yo lo sabía. Solo faltaba convencer, solo faltaba ese poder de convencimiento que tengo en mi interior. Ese poder que todos debemos tener, y que es una de las cosas más importantes, porque todo en esta vida depende de la manera en que se digan las cosas. Y me levanté y lo busqué. Le repetí mil y una vez porque no era correcto lo que estaba haciendo, se me unieron mi madre y mi hermano. Y discutimos, muchas veces alzando la voz, dejando que nuestros sentimientos salieran a flote y sin temor a ellos. Y así fue, que se llego a la mejor solución. A la correcta y a la que todos beneficiaba.
Todo por:
Valentía.